En Minima temporalia, Giacomo Marramao emprende un viaje intelectual a través de los laberintos de la perspectiva filosófica moderna. El hilo conductor del trayecto es un aspecto paradójico: el carácter inconcebible del tiempo fuera de las referencias a representaciones espaciales. Las dificultades derivadas de ello no se limitan a problematizar los resultados del «cambio lingüístico» que, de una u otra forma, persiguen los opuestos especulares de la analítica y la hermenéutica, sino que afectan a la aspiración filosófica de extraer una dimensión «auténtica» de la temporalidad como antítesis de la espacialización. Eso era lo que pretendía, por ejemplo, Heidegger, objeto de una crítica teorética radical en estas páginas.
Mediante la confrontación con los lenguajes del arte y la ciencia, Marramao propone una alternativa filosófica, una ontología posmetafísica de lo siniestro y de la diferencia concebida como ruptura con las tendencias actuales de la temática del «nihilismo». A diferencia de lo posmoderno, ésta no se basa en una serie de «superaciones» e «inversiones», sino en una «desangulación» de perspectiva, en un desplazamiento lateral con respecto al modo en que la tradición filosófica occidental (de Platón a Bergson, de Aristóteles a Leibniz, de Nietzsche a Foucault, de Baudelaire a Benjamin) ha visualizado hasta ahora la «cuestión del tiempo».