Ciertos libros engendran anécdotas curiosas dignas de ser conocidas, y Las lágrimas de Eros, de Georges Bataille, es uno de ellos. Viene además muy a cuento precisamente cuando en Francia acaban de rendir el definitivo homenaje a André Malraux trasladando sus cenizas a La Madeleine, donde yacen las insignes figuras de la cultura y la política francesas. Aunque hoy parezca increíble, la primera edición de Las lágrimas de Eros en 1961 fue puesta en el Indice Libros Prohibidos, ¡siendo ministro de Cultura… André Malraux! Sufrió además durante diez años las penalidades que conllevan semejantes medidas coercitivas. De hecho, hasta 1971 no aparece por fin, ya sin trabas, una segunda edición ampliada, sobre la que trabajamos en 1981 y que ahora recobra vida. En el año del centenario del nacimiento de Bataille, ¡bien se merecía este pequeño homenaje! «El sentido de este libro», aclara el propio autor en el Prefacio, «es, como primer paso, el de abrir la conciencia a la identidad del orgasmo (o “pequeña muerte”) y de la muerte definitiva.» Creemos poder añadir a esta definición una observación: tenemos aquí un libro que convierte al lector pasivo en un espectador activo, pues dilata su percepción del pensamiento del autor mediante la acción sensorial de la vista. Y es que entre 1959 y 1961, Bataille elaboró el texto mientras reunía, con la ayuda inestimable del especialista J.M. Lo Duca, la sorprendente iconografía que reproducimos aquí y que en muchas ocasiones cubre, por expreso deseo del autor, el espacio de la palabra. Unidas así, dando forma a los fantasmas de la sexualidad, palabra e imagen van revelando al que lee y mira la perenne inquietud del Hombre, desde los tiempos más remotos, ante los insondables enigmas del sexo, tan profunda y oscuramente arraigados en la conciencia de la propia muerte.