Duran siglos los días en el niño,
largo y corto su tiempo como un
sueño.
Los meses del adulto son, en cambio,
a causa de la brega que es su vida,
un trabajo penoso de atahona
y molienda de tantas ilusiones,
que se le van en ansias locamente.
Y, sin haberse dado cuenta, un día
el hombre reconoce que ya todo
su futuro ha pasado y que los años,
unos detrás de otros, van cayendo
con vértigo fatal como las últimas
migas de tiempo en el reloj de arena,
a menos que suceda como ahora:
el olor de unas lilas. Las primeras
tras un invierno riguroso y lóbrego.
De pronto la ebriedad de este perfume
a miel, a manantial, a azules brisas
ha conseguido ser más que memoria,
que el niño y el adulto y quien ya soy
en un punto se encuentren siendo iguales,
siendo plena conciencia de tal fuga,
sintiéndola al vivirla como eterna,
lilas de abril, lilas fuera del tiempo.
"Lilas fuera del tiempo" de Andrés Trapiello.