Dios mío, ¿debo escribir que en mi juventud fui ruin y vanidosa y que por eso ahora Dios me premia? Dios mío, ¿debo escribir?
Pensará vuestra reverencia que divago, que pierdo el hilo, que hago literatura, como una dama cualquiera aburrida de festines que se lanza a las novelas...
Corre el año 1562 y Teresa de Jesús se aloja en el palacio de doña Luisa de la Cerda, en Toledo. Mientras espera que prospere la fundación de su nuevo convento, se dedica a los escritos que le han sido encomendados y que acabarán componiendo El libro de la Vida, un texto que tiene que complacer a sus superiores y defenderla ante sus detractores.
Pero, ¿qué habría escrito Teresa si hubiera dado carta blanca a sus pensamientos? Quizás nos habría legado otro texto, uno más libre y desenfadado. Malas palabras da voz a una mujer madura, que unos veneran ya como la madre Teresa y otros temen y maldicen. En estos papeles sueltos, escritos en primera persona y dirigidos a su confesor, pero finalmente destinados a mantenerse en secreto, Teresa habla de su juventud de niña lectora, de unas ansias que aun le ocupan cuerpo y alma, y de su modo peculiar de entender la vida.
Quien habla por boca de la santa es Cristina Morales, una autora joven y casi tan rebelde como Teresa, que ha vuelto la mirada al siglo XVI con respeto e ingenio a la vez. El resultado es el espléndido retrato de una mujer y una época lejanas que de repente vuelven a ser muy nuestras.