Con la potente prosa que ya desplegó en Las horas, Cunningham nos brinda una novela coral e intimista, ambien tada en un Nueva York invernal y gélido, donde unos personajes desamparados se enfrentan al desencanto de la edad adulta.
Tras su enésima ruptura sentimental, mientras pasea desolado por Central Park en una noche helada, Barrett vislumbra una luz sobrenatural que flota en el aire. En ese mismo momento, su hermano Tyler intenta escribir una canción de amor para su novia enferma cuando faltan pocos días para la boda. Liz y su amante Andrew también contemplan los copos de nieve que cubren la ciudad, preguntándose una vez más por el sentido de las caricias cansadas que se dedican. Todo parece inmóvil, suspendido entre un quizá y un ojalá, pero esa luz...
Al igual que en Las horas, Cunningham sorprende a sus personajes en momentos decisivos de sus vidas, instantes en que el placer, el deseo y la rabia se rozan y duelen. Nosotros, los lectores, lo acompañamos en esta aventura donde finalmente la vida respira y deja un hueco para la felicidad.
La reina de las nieves, una historia cómica y trágica a la vez, demuestra una vez más el talento de Cunningham, uno de los grandes novelistas de su generación.
«Estoy seguro de que hay gente encantada de hacer recados, llegar puntuales al despacho y esperar con ganas que llegue por fin la hora del almuerzo. Les deseo lo mejor, pero lamento decirles que nunca han sido los personajes adecuados para una novela, y es muy probable que nunca lo sean.»
Michael Cunningham